Resumen
La película Retrato de una mujer en llamas de Céline Sciamma representa la polaridad a la que fueron desterradas las mujeres, una polaridad que en este artículo denominaremos “omega invertido1”. En la obra de Sciamma el “omega invertido” se ubica en una isla bretona en el siglo XVIII, donde solo conoceremos a mujeres y a un mito que articulará el conflicto de las protagonistas: el mito de Orfeo y Eurídice.
Toda la obra girará en torno a la representación de la imagen femenina para hacer explícito cómo el mandato de género (construido y afincado por lógicas energéticas ancestrales) ha generado un canon que aún hoy sigue vigente. La cámara enfoca mundos históricamente ocultos por la omisión o el desvalor desde ángulos inusuales que nos llevarán por senderos poco transitados: abandonaremos la planicie para adentrarnos en la imagen poliédrica de una Eurídice que emerge del Hades sin Orfeo.
Breve historia de la episteme dominante: el alfa legítimo y el omega invertido.
La película de Sciamma tiene el poder de invocar múltiples dimensiones rompiendo antiguos pactos sociales que forman parte de nuestra piel psíquica. Sciamma se inscribe en un cine divergente enriquecido por dos capacidades que trabajan en paralelo.
En primer lugar, el cine como reseteador de epístemes dominantes. Cuando abandonamos la imagen plana de un logos no informado y nos adentramos en los terrenos de la realidad multicapa, eslabones de la cognición que estaban adormecidos despiertan, generando una metacomprensión. De forma paralela, su dimensión social tiende a visibilizar colectivos cuyos cuerpos han sido históricamente explotados, reconfigura los imaginarios en relación a procesos históricos que fueron falseados para el consenso social y pone de relieve la fuerza de las micro historias y cómo desde lo pequeño, los grandes relatos se desmoronan.
En este artículo nos centraremos especialmente en esta segunda característica. La película nos acompañará en una arqueología histórica cuyo epicentro es el trinomio energético Animal-Mujer-Tierra. Este bloque conceptual ha sido tratado en el cine por directoras como Jane Campion, en las corrientes ecofeministas por autoras como Carol J. Adams y María Mies y en el contexto de la Grecia Antigua por María Dolores Mirón. Para introducir brevemente el trinomio debemos mencionar las revoluciones neolíticas1, un largo proceso histórico que promovería el perfeccionamiento de un nuevo modelo de subsistencia basado en la acumulación de excedentes energéticos a través de la explotación de determinados cuerpos enmarcados dentro del trinomio Animal-Mujer-Tierra. Este trinomio energético iría enraizándose en los cimientos de la cultura a través de modificaciones epistémicas y cognitivas en los humanos, resaltando el inicio de inercias dicotómicas que ensalzarían al varón como titular último del derecho de explotación y al trinomio como otredad instrumentalizada. Una solución estructural ejecutada de forma matizada, pues ni todos los hombres, ni todas las mujeres, ni todos los animales, pero que generaría posiciones arquetípicas compartimentadas que tenderían a perpetuar desigualdades globales.
¿Se adoptó esta fórmula energética de forma universal? Su implantación fue cuanto menos amplia. No obstante, en este artículo nos centraremos en la zona del Egeo, al ser cuna de la cultura occidental y por ende del mito que vamos a interpretar. Para ello, nos apoyaremos en el libro de G.E.R Lloyd, Polarity and Analogy. Two types of argumentation in early greek thought (1971). Este trabajo nos ofrece una visión epistémica que nos servirá de base para comprender el título de este artículo: el omega invertido. Iniciamos el análisis señalando una clara influencia en la visión de Lloyd por las filosofías orientales, especialmente el pensamiento chino. Podría ser este el motivo por el cual pasa a denominar como polar, lo que suele conocerse como pensamiento dualista, y en esta particularidad encontramos un acierto, pues el enfoque clásico dualista de la filosofía occidental posiblemente partió en sus orígenes de esa línea polarizada2 más cercana a un modelo de pensamiento interconectado que se expande en gama dentro de sus dos extremos. Posiblemente, nuestro modelo epistémico fue entrando en los terrenos de la dicotomía según avanzaba la historia de la conciencia con sus mil influencias, entre ellas la energética como principal cincel de modelaje. Lloyd abordará, con su estudio sobre polaridad y analogía en el pensamiento griego antiguo, un campo que ha sido raramente estudiado dentro de la academia occidental, como el propio autor indica. Esta omisión puede entenderse como uno de los elementos que definen nuestra estructura de pensamiento: la consolidación del dualismo como esquema imperante sobre el que construirnos nuestras comprensiones, un dualismo que ha generado dos realidades separadas “… (no es tanto el caso de que tanto una como la otra) y forman una disyunción exhaustiva (de modo que bien una o bien la otra)” (Lloyd, 1971). La línea se divide generando dos compartimentos estancos en el que uno pasa a ser jerárquicamente superior. Como señalábamos en el párrafo anterior dentro del esquema derivado del trinomio, una de las polaridades representaría a los varones que se yerguen como principio constituyente a partir del cual se construyen por analogía un universo de significados en contraposición a la otra polaridad, esa que por disyunción exhaustiva se excluiría en bloque.
“Los tres pares derecha-izquierda, macho-hembra-luz y oscuridad tienen para los antiguos griegos connotaciones simbólicas especialmente acusadas… el lado derecho es el lado propicio o favorable, el lado izquierdo es el lado adverso o de mal agüero… por lo que atañe a macho y hembra no solo acontece que los griegos den en considerar a las mujeres por regla general inferiores sino que el mito de Pandora entraña, por ejemplo, que las mujeres son la fuente de todo mal… el término luz significa con frecuencia seguridad o liberación en Homero (p.ej., Iliada 66)…se aplica a cosas tales como buenas noticias, alegría, fama matrimonio, riqueza y virtud. Por el contrario la oscuridad se asocia, y efectivamente significa muerte… la comparación semejante a la noche” (Lloyd, 1971)
En este artículo pasaremos a denominar alfa legítimo a la polaridad encabezada por el arquetipo de los varones, jerárquicamente superior y beneficiaria de energía por mecanismos de explotación permitidos dentro del pacto social. Por contra, denominaremos omega invertido a la polaridad donde habita lo que debe ser cosificado para el control de su potencialidad energética. En este omega invertido morarán la capacidad reproductiva de las mujeres (y todo lo que de ella se deriva), los animales domesticados y la tierra que se cerca y se instrumentaliza para la producción. Así mismo, otros grupos, que por analogías derivadas, se irán vinculando a las formas de explotación. Un dualismo que se afianza paulatinamente, elegido como comando base entre otros más integradores y pacíficos, con un objetivo más o menos consciente: afianzar el trinomio energético como herramienta vertebradora de nuestro modelo adaptativo. Esta solución patriarcal 3.0 pasa a estar reflejada en el mito. En nuestra interpretación de Eurídice y Orfeo contemplaremos los conflictos históricos que los humanos de entonces tuvieron que asumir según se asentaba el nuevo modelo energético, que a nivel social se articularía a través de tres instituciones candado: el intercambio de mujeres, el patrilinaje y la división sexual del trabajo. Esta vinculación entre el trinomio y los candados institucionales se manifestará en el relato mitológico con temas recurrentes relacionados con el sometimiento de las mujeres y el sacrificio animal dentro del marco de las relaciones de filiación, el matrimonio y los roles de género. Un conflicto ancestral que sigue estando de máxima actualidad. Las lógicas hiperdesarrolladas del trinomio han saturado nuestro modelo adaptativo, desembocando en la crisis ecosocial. Esta crisis está estrechamente vinculada con la explotación de la tierra y los animales así como con la geodeslocalización fuera de Occidente de las políticas de explotación, recayendo en grupos racializados donde mujeres, niñas y niños son los principales afectados.
Retrato de una mujer en llamas
Sciamma ubica lo expulsado en una isla bretona, un rincón del mundo fuera del fragor de Paris o Milán donde lo protagónico es el rumor de aguas profundas y convulsas. En este “omega invertido” viven mujeres de toda clase y condición y, dentro del pueblo, la cámara encuadra un caserón venido a menos, residencia de la joven casadera (Heloïse), su madre y una criada. El paso del tiempo acucia, la casa se desmorona ante la ginepenia3 estructural. Tras la muerte del padre, la madre debe intercambiar a la joven para salir de la pobreza a la que está sometida la línea de las mujeres. El dinero fluirá cuando vuelvan a honrar las lógicas del patrilinaje y esto supone que la joven debe obedecer el mandato social y convertir su cuerpo en tierra para ser cercada por un varón que controlará la legitimidad de su descendencia. Ese varón vive más allá del mar, en tierra firme y no quiere atravesar las aguas profundas y revueltas para llegar a la isla. Pero desea conocer el valor de su futura mujer antes de cerrar el acuerdo, aunque sea a través de un retrato de la joven. No es fácil, Heloïse se ha negado a posar ante el último retratista, prefiere el convento al matrimonio. La madre, que hace ya décadas se rindió a las inercias del sistema, contrata a una pintora (Marianne) que intentará cumplir el encargo en secreto. Cuando nos acercamos a la isla se abre el silencio. El verbo no tiene lugar, porque el universo que contemplamos no puede ser aprehendido por las palabras. La isla, el pueblo, la casa… están bajo el dominio de los lenguajes invisibles. Todo el equipo de rodaje son mujeres. Las cámaras, las pértigas, la directora, las actrices… están todas en esa isla con un objetivo común; hacer emerger el “omega invertido” y con él despertar y honrar los lenguajes desterrados para recuperar la humanidad que un día perdimos.
Inicia el visionado de la película. Las imágenes están cargadas de metalenguajes que atraviesan la pantalla y atraviesan el cuerpo de la que mira… inicia así el reseteo epistémico; desde las primeras tomas el equipo rompe la planicie del espacio-tiempo. Los planos omitidos, están siendo encuadrados. ¿Qué química emocional percibo? Algo extraño y familiar: una ira soterrada, un universo denostado que vive en el silencio, un silencio solo roto por el bramar de la naturaleza. Las olas, el viento, las rocas… recuerdan una época casi prehistórica, donde la existencia se expandía en un no tiempo. Eslabones dormidos de mi cognición despiertan para sintonizar con la realidad multicapa. Las mujeres, en su exilio a la polaridad sombra, vivieron rodeadas por esos eslabones de cognición desterrados: los estados emocionales cíclicos y los lenguajes no verbales. La razón es solo patrimonio de los varones y aunque el logos está prohibido para la mayoría de las mujeres, las dos protagonistas (Heloïse y Marianne) pueden acceder a él gozando de una cognición integral en la suma de mundos. Solo deben superar una prueba más: liberar su imagen del estigma de Eurídice.
El rostro de Eurídice
¿Por qué un rostro como eje para articular el relato? Las mujeres caímos dentro del trinomio energético por nuestra capacidad reproductora, fundamental para la extracción de excedentes. Los cuerpos serían aprisionados dentro de un molde muy concreto al que deberíamos adaptarnos para asegurar nuestra supervivencia. Las protagonistas intentan romper ese molde recogido en “el rostro de Eurídice”. Una imagen que se percibe de diferentes maneras dependiendo de los intereses de la retratada, la pintora, la madre, el posible marido, etc… La posición que cada uno de ellos defiende dentro de la partida marcará el ángulo desde el que se representará a Eurídice, generando una especie de Eurídice cubista no por la descomposición de la imagen, sino por las múltiples identidades que esta mujer debe portar.
Marianne consigue plasmar el primer retrato en secreto (sin que la joven Heloïse se dé cuenta), pero no aguanta los remordimientos, está traicionando a una de las suyas. Le muestra el cuadro a la joven y es ahora cuando llegamos al conflicto principal.
Fuente: C. Sciamma “Retrato de una mujer en llamas” (2019: 00:48:52) Tomado del artículo de Julieta Flores. Jurado
“Heloïse (retratada)- ¿Soy yo?
Marianne (pintora). Sí
Heloïse- ¿Usted me ve así?
Marianne- No se trata solo de mi
Heloïse – Creo que no se trata de nadie más
Marianne- Hay normas, convenciones, ideas…
Heloïse – Insinúa que no tiene vida… mi presencia
Marianne – Surgió de estados pasajeros e instantes y eso resta mucha veracidad
Heloïse – No todo es pasajero, algunos sentimientos son profundos. Que me resulte ajeno a mi podría ser comprensible, pero que le resulte ajeno a usted es triste.”
Heloïse no soporta ver una imagen falseada adecuada al mandato de género, “insinúa que no tienen vida…mi presencia”, pero, en realidad, la pintora ha cumplido con el encargo, ha seguido las reglas, las convenciones y ha conseguido generar una imagen plana, de una belleza formal, que promete un comportamiento con un registro emocional controlado; tendente al afecto sosegado, a la comprensión eterna, a esas tragaderas históricas que tuvieron nuestras antepasadas. Sin embargo Heloïse se enfada porque no se reconoce. Ella vive en el “omega invertido” pero en su soledad ha encontrado la puerta de acceso al logos (monopolio de la polaridad alfa) y disfruta de los atisbos de una cognición integrada. La imagen que intenta representarla es una imagen hueca. No obstante, pasa por alto la traición de Marianne y acepta posar, no con el objetivo de adaptarse a la sinergia social complaciendo a la madre y al futuro esposo, sino por la necesidad de ver reflejado en el retrato su ira soterrada, su amor incipiente, la tristeza por algo que echa en falta…
Este será un punto clave de la película: cómo los varones cosificaron la imagen de la mujer para convertirla en objeto de intercambio. Este monopolio de la representación femenina ha durado largos milenios y ha sido fundamental para mantener las lógicas de adaptación energéticas en pie. Pero la cinta, más que reivindicar la injusticia de la planicie, se centra en encuadrar los lenguajes invisibles. Nos va mostrando la riqueza del “omega invertido” en los paisaje, en el sonido del silencio. Los planos sostenidos, largos, de una armonía austera, como bodegones que nos hablan de las bellezas de un mundo cotidiano que a poco que se desempolve brilla con identidad propia.
Hace ya tantos siglos que el universo del omega fue sacado de plano, tantos siglos que las mujeres dejaron de verse como sujetos poliédricos para adaptarse a la planicie patriarcal con sus lógicas energéticas… tanto tiempo ha pasado que a fuerza de costumbre hemos naturalizado vernos como objetos planos y hemos aprendido a adaptarnos a esa imagen. El varón tiende a desear esa planicie sometida y angelical que promete ensalzarle y afianzarle en la posición prometida a los de su sexo. Las mujeres hemos aprendido a desear esa imagen para así al menos obtener la cuota de poder residual que nos fue dada; cuanto más se adapte nuestra imagen al mandato de género, mayor serán las posibilidades de un matrimonio con un varón que controle mayores excedentes energéticos materiales y simbólicos y por tanto tendremos una posición más desahogada. ¿Siguen estas reglas vigentes en Europa? Según Sciamma, Retrato de una mujer en llamas es una película contemporánea4. Hay una delgada línea entre la imagen de la mujer como sujeto y la imagen de la mujer como objeto. Esa línea es fácil atravesarla y para neófitos resulta difícil reconocerla.
Recuerdo la primera charla de género a la que asistí con 16 años. Fui por recomendación de mi profesora de historia:“ es muy interesante te va a gustar”. Yo por entonces nos sabía nada acerca de estudios de género, el término patriarcado allá por los años noventa se usaba (al menos en mi contexto) para hablar del pater familias, del patriarca gitano, la patria querida y cosas por el estilo. El feminismo era algo que escuchaba casi como un insulto en mi más temprana infancia, cuando aún desconocía por completo su significado: “esta es feminista” solían espetar mis parientes ante las pequeñas insurrecciones nacidas de un impulso natural por ser respetada o por pedir respeto para mis primas o amigas. En la charla de la Universidad Complutense, la ponente (ha pasado mucho tiempo y no recuerdo su nombre) expuso una serie de imágenes para atestiguar cómo el género modelaba los iconos de los cuerpos en base a un sexo binario. Aparecían imágenes masculinas que la ponente calificaba como “marciales” mientras que los iconos femeninos eran atravesados por psicologías construidas desde la pasividad, con cuerpos casi desvanecidos. Salí de allí con muchas dudas. ¿Es posible que haya una intención de base a la hora de representar a los hombres y a las mujeres? Imagino que, a pesar del malestar que por aquel entonces ya me generaba la cultura, prefería seguir manteniendo el iceberg sumergido. La ponencia, incluso a mi pesar, surtió efecto y poco a poco empecé a ver en los anuncios y en las películas la inercia de una representación que me dañaba. De forma paulatina emergió la trampa cultural y pude identificar como el mundo que me rodeaba estaba plagado de mujeres representadas a través de imágenes huecas.
Las cosas han cambiado y siguen igual. Selecciono para mi hija cuentos y películas donde las niñas son protagonistas de sus propios conflictos y aventuras vitales. Sin embargo, me apena que sigamos rodeadas y rodeados de imágenes que distorsionan la infancia y la edad adulta de la mujer. No es inocuo, las consecuencias que se viven en el día a día, pues a través de este bombardeo se introyecta en el conjunto de la sociedad una imagen de lo femenino afincada en las brutales lógicas energéticas del pasado, obligándonos (a muchas de nosotras) a construir una identidad a partir del mismo si queremos estar dentro del marco social legítimo y bailar con las sendas de su deseo. En nuestro Occidente uno de los principales huecos por los que se cuelan las viejas lógicas es un refrito de sensualidad cosificante vendida como liberación sexual. Camino a la guardería mi hija y yo recorremos una larga avenida plagada de anuncios gigantes con chicas adolescentes usadas para publicitar ropa interior. Sus caras y posiciones están huecas, a veces con los cuerpos descoyuntados como después de una violación. Mi hija señala con el dedo:
– ¡¡Una niña!!
Y yo me resiento al saber que ella también tendrá que librar su batalla para desmontar esta violencia maquillada que perpetúa un sistema de posiciones ancestrales introyectadas en el cuerpo. ¿Son anuncios marginales? No, se trata de primeras marcas y eso nos habla de la vigorosidad del consenso social.
A veces, cuando me miro en el espejo desde los viejos ojos me pregunto: ¿Cómo afecta a mi persona este condicionamiento? Siento muchos días odio, cuando mi imagen no se adapta al primer cuadro, cuando frente al espejo noto mi ira, mi descontento, y como esas emociones desdibujan mis facciones. Tengo dos rostros al igual que los dos retratos anexos, pero me puede la inercia y suelo valorar el primero (el hueco) y considerar ajeno el segundo, ese que habla de la complejidad de mi persona, porque esa complejidad está atravesada por pesadas emociones, fraguadas bajo el caldero de la macro historia y heredadas desde la micro historia.
La solución energética tras diez mil años sigue en pie escondida tras una complejidad creciente: retoques con Photoshop, la manipulación del marketing, el arte fagocitado por la “industria cultural”, las pantallas adormeciendo más y más los eslabones de cognición prohibidos, el refuerzo del like, el individualismo y la soledad, la confrontación con nuestra imagen innumerables veces al día, el mercado de amor por catálogo del Tinder….Heloïse, posiblemente fortalecida por el silencio de la isla, decide mirar al fondo del espejo negro y su valentía arrastra a la pintora. Ahora las dos rompen el pacto social y ponen las viejas lógicas en tela de juicio. El mandato patriarcal es encuadrado de forma explícita a través del mito de Eurídice.
Eurídice y la doble condena
Si repasamos el panteón griego y sus mil mitos cruzados, asistimos al proceso de consolidación del trinomio a través de relatos que normalizan los raptos, las violaciones, las ofensas hacia las mujeres.
Son numerosos los relatos mitológicos que abren con un rapto y/o violación; el rapto de Persone por Hades, el rapto de Europa por Zeus, el rapto de Helena por Teseo… una especie de obertura normalizada que nos impide preguntarnos: ¿es tan normal el rapto y violación de mujeres? Sí, es normal, puede entenderse como una violencia estructural ejercida para afianzar las instituciones candado y por tanto podemos interpretar que el rapto y la violación son inherentes al sometimiento de la mujer para su control energético.
Eurídice ahora corre por un bosque porque Aristeo (dios de la caza, ejemplo del universal masculino tanto por su filiación como por sus habilidades dentro de la división sexual del trabajo) la persigue para raptarla y violarla. Eurídice está casada, y esto nos extraña. ¿Cómo va a violar a una mujer que ya tiene propietario? Tal vez porque su marido es Orfeo, un varón un tanto ambiguo, amante de la música y cuya sensibilidad le coloca en una posición no bien definida dentro del juego de las polaridades. Ella corre y corre hasta que una serpiente (o una Hibris) le muerde el pie y la joven Eurídice muere. Ahora desciende al Hades, donde mora el mohíno hermano de Zeus, junto a su esposa Perséfone. Orfeo, con el objetivo de recuperar a su amante desciende al Hades. Convence al Cancerbero para que le deje pasar. Una vez en el reino de los muertos se postra ante Hades y Perséfone pidiendo la liberación de su amada. Es aquí cuando Perséfone (mujer sabedora de las lógicas del sistema) le impone una regla: “Eurídice podrá volver contigo a la superficie, pero no debes mirar su rostro hasta que hayáis salido de los terrenos de Hades”. Es fácil, Orfeo solo tiene que mirar hacia delante, y él y Eurídice volverán a “la vida”. Mientras caminan por los sinuosos senderos, Orfeo la siente a su espalda, ella puede hablar, puede reír, puede guardar silencio. Ahora es ella la observadora, la que va detrás por voluntad propia. Su marido no puede ver su imagen, tampoco controlarla, solo puede sentir su persona. Todo el sistema de posiciones que sostiene la lógica energética acaba de trastocarse. Si alguien puede soportar ese cambio de paradigma es Orfeo, hombre de artes tan cercano a los mundos invisibles del “omega invertido”. Pero Orfeo no lo soportará. Justo en el momento en que están por salir del Hades, Orfeo rubrica su pacto con los varones y se gira para mirar a Eurídice sabiendo lo que esto supone. Imaginamos un plano ralentizado; Eurídice cae a las profundidades del Hades y de fondo escuchamos la voz de Perséfone en off: “mientras sigamos siendo objeto de explotación energética no podremos ser seres completos en los dominios de Zeus. Aquellas que quieran recuperar su esencia poliédrica caerán en las sombras del Hades. Solo aquí podrán ser libres en un rincón del mundo donde ni se come ni se bebe. Tú, Orfeo, has rubricado el pacto de los varones, no has querido liberar a tu mujer del Hades como sujeto y has sucumbido a la vanidad, recordándole con tu mirada que ella es tuya, que ella solo tiene ese rostro plano y sometido que los varones impusisteis a las mujeres. Al girarte, un instante antes de la liberación, la vuelves a sumir en las sombras y es por ello que tendrás que enfrentarte las guardianas del cuerpo despierto, la Náyades.”
La protagonista Heloïse, acepta ser retratada por la pintora, una mujer mirando a otra mujer, como si solo a través de la sororidad pudiésemos recobrar nuestra alma poliédrica. Pero como en todo cuento, la dicha tiene fecha límite. La madre (el Cancerbero) se ha marchado y las deja solas durante cinco días. Ahora ellas recobrarán su imagen a través de un amor que van descubriendo en silencio. Dimensiones multicapa rompen los compartimentos estancos de la dicotomía y despliegan sus gamas en el interior del cuarto. Ahora el mundo milanés con su alfa sesgado es cubierto por las sombras: los varones, apegados como Orfeo al poder de su posición, no quieren ver el error epistémico y cognitivo. Ellas, durante cinco días, pueden vivir al margen de este dolor histórico. Han conseguido emerger el “omega invertido” y en la comunión de polaridades han vuelto a la vida junto a Eurídice.
Libros:
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De Lauretis, T. (1987). Technologies of Gender. Essays on Theory, Film, and Fiction. Bloomington, Indiana: University Press.
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Iriarte Goñi, A. (2002). De amazonas a ciudadanos. Pretexto ginecocrático y patriarcado en la Grecia Antigua. Madrid: Ediciones Akal.
-
Lerner, G. (1990). La creación del patriarcado. Barcelona: Editorial Crítica.
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Lloyd, G.E.R. (1971). Polarity and Analogy: Two Types of Argumentation in Early Greek Thought. Cambridge: Cambridge University Press.
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Louraux, N. (2004). Las experiencias de Tiresias. Lo masculino y lo femenino en el mundo griego. Barcelona: El Acantilado.
Artículos de revistas:
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Bermejo Barrera, J. C. (1993). Mito e historia: Zeus, sus mujeres y el reino de los cielos. Gerión, 11. Editorial Complutense de Madrid.
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Flores Jurado, J. (2021). El ascenso a la superficie: Eurídice en The World’s Wife de Carol Ann Duffy y Retrato de una mujer en llamas de Céline Sciamma. Anuario de Letras Modernas, 24(11-29).
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Mirón Pérez, M. D. (2000). Las mujeres, la tierra y los animales: naturaleza femenina y cultura política en Grecia antigua. Revista de Estudios de Antigüedad Clásica, 11.
Páginas web:
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Vox. (2020,ww319 de febrero). Portrait of a Lady on Fire: Céline Sciamma on reclaiming the female gaze. Recuperado de https://www.vox.com/culture/2020/2/19/21137213/portrait-of-a-ladyon-fire-celine-sciamma-interview
Fecha de consulta: 10 de agosto de 2023.
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The Indy. Recuperado de http://www.theindy.org/1963
Fecha de consulta: 10 de agosto de 2023.
3. Cervantes Virtual. Metamorfosis – Libro IV. Recuperado de https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/metamorfosis–0/html/ff8ccec6-82b1-11df-acc7-002185ce6064_11.html
Fecha de consulta: 10 de agosto de 2023.
4. Wikisource. Geórgicas (trad. Ochoa): Libro IV. Recuperado de https://es.wikisource.org/wiki/Ge%C3%B3rgicas_(trad._Ochoa):_Libro_IV
Fecha de consulta: 10 de agosto de 2023.
5.Villalobos García, R. (2017). Los cazadores-recolectores complejos: jerarquías, desigualdad y esclavitud. Las Gafas de Chile. https://lasgafasdechilde.es/2017/03/05/los-cazadores-recolectores-complejos-jerarquias-desigualdad-y-esclavitud/
Fecha de consulta: 10 de agosto de 2023.
1 Ver el artículo de Villalobos García, R. (2017). Sobre los mitos de las sociedades cazadoras recolectoras, las revoluciones neolíticas y las sociedades de acumulación.
2 En la obra de Lloyd se refleja la tendencia a introducir un tercer elemento, una especie de pensamiento trinitario que rompería las lógicas de la dicotomía. En el libro citado expone ejemplos de la épica de Homero.
3 Termino propuesto a partir de las reflexiones de Virginia Woolf en Una habitación propia, para conceptualizar la pobreza de las líneas de parentesco femeninas dentro del marco del patrilinaje.
4 (TIFF Talks,2019: 07:25). Artículo
1 Bermejo Barrera describe el mito como una realidad invertida. De su aproximación, unido al esquema polar que se propone más adelante, surge este término.