Resumen:
Este trabajo pretende aportar una revisión crítica a los reinos de la verdad y la ficción en tiempos donde las pantallas, como secuaces de Internet, han popularizado unos hábitos de consumo de información donde prima la afectividad de la misma frente a su consistencia. La tendencia de comportamiento extendida entre la población excede el entorno de la pantalla, modificando los modos cognitivos por los cuales accedemos al mundo y conformamos nuestra realidad. Para detener este contagio de mundo virtual al mundo de las cosas debemos responsabilizarnos y dedicar a las imágenes un tiempo para entender el contexto, el uso que se les da y el momento de realidad al que pertenecen.
Rebosa la pantalla.
Un acercamiento al sentido de verdad desde los límites de las pantallas.
Esta imagen cotidiana delata una de las contradicciones que designan nuestra época: a la izquierda closed-world assumption, a la derecha closed-world structure. Una confrontación constituyente que lejos de acercarse a una orilla se sumerge más y más en la profundidad ontológica del zeitgeist contemporáneo. Para la IA (closed-world assumption) es verdadero todo aquello que “conoce”, de lo que tiene datos; por el contrario, en el mundo de las cosas se considera integral (estructura) lo que de manera fenomenológica o epistémica guarda una intrínseca relación. Diariamente trazamos un camino de ida y vuelta desde el mundo de las cosas a la realidad virtual desde nuestra(s) pantalla(s): saludos, tareas, avisos, información, noticias, acontecimientos, escenas e invenciones se suceden en un mismo plano axiológico. La función que durante siglos desempeñó el marco1 pictórico, la cumple ahora el límite físico que delimita las pantallas2: separar lo tangible de lo imaginable. Sin embargo, cabe tener en cuenta que ni los mayores estetas de la historia han dedicado tanto tiempo a la contemplación de cuadros como el “Tiempo de uso” que nos indicará nuestro dispositivo telefónico en caso de consultarlo. Esta inferencia nos permite dilucidar la familiaridad con la que nos relacionamos diariamente con el espacio imaginario o, como lo llama Zafra (2017), “la fantasía”.
Empezamos.
Son las 23:34. Toco la pantalla. La imagen se pixela.
Es posible desvelar una íntima vinculación entre el uso actual de las pantallas y sus predecesores: los espejos y el cristal. Originados entre la antigua Mesopotamia y el Egipto romano, pero también en los territorios de Mesoamérica, eran objetos de lujo con carácter místico que cumplían las funciones de especulación y aislamiento; los espejos devolvían imágenes de una realidad cercana a la cual no se podía acceder con facilidad, y los “cristales”, superficies traslúcidas más adelante transparente, permitían aislar manteniendo la sensación de seguir estando.
El desarrollo de ambos artefactos en el occidente globalizado determinó la experiencia cognitiva del mundo en sus usuarios, así como el entendimiento de la realidad y la observación “objetiva” propia de la modernidad eurocentrista. Los espejos más sofisticados pudieron servir para percibir inversiones, deformaciones, traslación de imágenes, prolongación de escenas y trasmisión de reflejos: todo ello alteraciones de la realidad cuya apariencia continuaba preservando la veracidad de las formas alteradas. La ficción empezaba a presentarse como real gracias a la justificación científica en auge. En paralelo, los cristales pronto sustituyeron al lapis specularis para hacer más real el sentimiento de estar fuera estando dentro. No solo las edificaciones cubrieron sus ventanas, también lo hicieron los carruajes para preservar la intimidad, mantener el calor y proteger de la intemperie. Los privilegiados usuarios de carrozas permanecían cómodamente sentados contemplando el paisaje tras la pantalla de cristal mientras el vehículo les transportaba. Después llegaría en tren, aumentando la velocidad y democratizando esta forma de observar el entorno. El ser humano comenzaba a percibir las imágenes en movimiento.
El desarrollo industrial como fruto del positivismo propició la producción de imágenes en movimiento como fin en sí mismo. Las placas de metal que siglos atrás se utilizaban para reflejar la realidad pasaron a ser portadoras de imágenes en diferido, la luz adquirió autonomía de proyección gracias a la electricidad, el cristal sirvió de matriz para distribuir luces y sombras. Entre toda esta concatenación de avances, la historia de la representación pictórica consolidó una sólida fundamentación conceptual del engaño visual y la teoría de la literatura determinó el pacto con la ficción para asegurar la verosimilitud. Así llegamos a 1895 cuando los hermanos Lumière presentan al mundo una representación de la salida de sus trabajadores. La primera película de la historia del cine, Salida de los obreros de la fábrica (1895) fue creada para ser tan real como la realidad. Las trabajadoras ignoraban la cámara por indicaciones de los primeros cineastas, los dos obreros que salen de la fábrica en sus bicicletas están orquestados como elementos de tensión para mantener la atención de la audiencia y preceder la sorpresa final marcada por el carruaje que cierra la película. Encontramos así un documento nada inocente que por un lado pretende destacar entre el resto de patronos que se valían de documentos fotográficos3 para ostentar su fuerza de trabajo y por otro organiza los elementos presentados para producir una apariencia engañosa de una realidad que, por probable, parece cierta. Contexto y uso.
Las estrategias en la construcción de la ficción cinematográfica fueron sucediéndose rápidamente: secuencias que hacían alusión a la vida cotidiana, ambientación de los espacios para facilitar el realismo, planos grabados desde la altura del ojo, etc. Y entre todos ellos, la “regla de los 180º”, norma por la cual se atenúa el efecto que produce la pantalla de separación entre el espectador y la escena para convertirlo así en testigo directo. Si comenzábamos hablando de la experiencia que producía la materialidad de las superficies pulidas (espejos) o los materiales traslucidos (lapis especularis, primeros vidrios), la regla de los 180º se presenta como una herramienta cognitiva que disimula la proyección para simular la realidad. En este sentido nos acercamos al debate que se pretende suscitar en este artículo: el ocultamiento del medio que presenta la imagen dificulta su descodificación, por ende, su entendimiento. ¿Qué ocurre con las imágenes que rebosan las superficies que las contienen? ¿Son estas más verdaderas que aquellas delimitadas por la fisicidad del medio? ¿Varía el grado de veracidad de una fotografía en papel, una imagen digital, un holograma o la realidad aumentada?
La postura adoptada en este artículo deposita en las pantallas la responsabilidad de gestionar el valor social de la verdad en tanto que herederas de la genealogía de la ficción. La televisión, internet y las redes sociales han definido el marco desde el cual accedemos a una porción cada vez más significativa de la realidad, motivo por el cual urge el aumento de ópticas reflexivas que aporten posiciones críticas. Pero en esta tarea se corre el riesgo de caer en la supuesta transparencia del “yo” que habla Leiva (2021,pág.105) aludiendo al papel que juega hoy en día la ficción en la disolución de los límites entre lo artificial y lo natural, lo digital y lo material.
Amparándonos en la todavía hoy materialidad de las pantallas, la realidad física por la cual se hacen presentes ante nosotros como objeto y como portadoras de todo su contenido virtual limita su ámbito efectivo. Ya sea este ordenador desde donde se escribe, un teléfono inteligente o cualquier otro dispositivo electrónico capaz de conectarse en red para participar del flujo de información e imágenes, cuentan con un marco delimitante que separa dos mundos: el de las cosas materiales y el de los elementos virtuales. En el primero las cosas son, y por el hecho de ser se manifiestan desde la contingencia, lo que las encadena a la probabilidad. En el segundo los elementos aparecen y como tal, puede determinarse su apariencia. Pero continuemos con los bordes, más tarde volveremos sobre ello.
Los bordes, los límites, las fronteras, los espacios intersticiales son donde se dan los conflictos y la confrontación, pero también el intercambio de pensamiento y el enriquecimiento de perspectivas.
Remedios Zafra, en su artículo Redes y posverdad (2017) articula su reflexión alrededor de una idea esclarecedora sobre el carácter de marco de fantasía camuflado de ventana de realidad que tienen las pantallas. Para Zafra, la pantalla en red no es sólo uno de los más singulares artefactos de época, sino uno de los más fascinantes espacios de interacción de la verdad y la mentira. (pág. 181) Es así como el límite físico de las pantallas posibilita un espacio de reflexión sobre el valor y uso del binomio verdad-mentira en nuestra época. Algo que según la autora está determinado por el contexto: desde que Internet diluye en una variedad de tonos intermedios lo ficticio y lo real, la cosa nunca está clara y los contextos suelen dar la clave de lo que terminamos creyendo (Op. Cit. pág. 186).
Por este motivo en los últimos años han proliferado las cámaras de alta definición y los contenidos audiovisuales 4K con una apariencia idéntica a la registrada por nuestras retinas; desconfiamos de la imagen pixelada, por real que sea, porque más que la verdad buscamos la confianza. Anhelamos la ilusión de realidad por haberla dado por perdida.
Son las 12:24. La pantalla me toca a mí. Siento un calambre.
Reducir el debate a lo verdadero o no de la información que circula en la red, o al origen de las imágenes, proviene de un paradigma en extinción donde lo verdadero, lo bueno y lo bello eran categorías universales. Casi medio siglo después del origen de Internet, los datos que circulan, a pesar de la confianza que tenemos en ellos, no tratan de la cosa real, del original originario como sostiene Steyerl, trata de sus propias condiciones reales de existencia: la circulación en enjambre, la dispersión digital, las temporalidades fracturadas y flexibles. Trata sobre la realidad (2012, pág.48). Obnubilados por la riqueza de información a la que es posible acceder nos olvidamos que lo que está en juego es la formación de un episteme sin precedentes.
Como dice Català (2021), el régimen de la posverdad abre la puerta al cuestionamiento de las verdades absolutas. Pensamiento que ha superado el eje fundacional de la verdad. (pág.366). Este es el paradigma que nos está esperando, un periodo de suspensión de la verdad en donde lo real, aquello que hacemos cada individuo con lo que se nos presenta, es una confluencia de capas de sentido e interseccionalidades. Evolución natural condicionada por los hechos de la corriente relativista de finales del s.XX que incorpora el estudio de los agentes que intervienen, situando tanto el contexto de estudio como el lugar desde el que es estudiado. Desde la pantalla no solo miramos el mundo: es nuestra forma de ver la vida (Mirzoeff, 2016, pág. 137)
En nuestros días, la actividad de los usuarios de Internet no queda reducida sólo al consumo de contenidos, la Web 2.0 nos ha hecho partícipe en tanto que plataforma interactiva hasta el punto en que las Redes Sociales penalizan a los usuarios que no lo practican. La vida online gana terreno al mundo tangible, definitivamente tras la crisis sanitaria del 2020. En 1985, Vilém Flusser pública su visionaria obra El universo de las imágenes técnicas, un revelador ensayo que vaticina la idiosincrasia de nuestra sociedad, definiéndola como utopía: ella no estará en ningún lugar ni en ningún tiempo, sólo en áreas imaginarias, en aquellas cuya historia y geografía se entrelazan. (Flusser, 2015, pág.27).
Las áreas imaginarias de Flusser o el espacio de fantasía de Zafra aluden a un terreno farragoso en el cuál nos desenvolvemos y que requiere, ahora más que nunca, recordar el axioma de McLuhan, el medio es el mensaje. Asirnos al contexto del que procede la imagen/información e identificar el uso que se le da en el sistema puede servir de esclusas en el flujo de los enunciados puestos en circulación. Esto es de especial interés cuando los elementos que circulan, camuflados por una apariencia tan verosímil como inventada (recordemos esa Salida de los obreros de la fábrica organizada para asegurar su “naturalidad”), conviven con archivos deep fake difíciles de discernir. El pacto que se establecía con la ficción en las creaciones literarias, teatrales o cinematográficas hasta hace unos años han sido desplazados por los pactos de confianza que en otra época dotaban de credibilidad las noticias, los documentos, los archivos o los registros. El nuevo contexto de vida en las pantallas, los pactos de confianza están cambiando (…) Cuando todo está bajo sospecha, es lo que aparenta un “mayor grado de realidad” lo que adquiere más valor” (Zafra, 2017, pág.186).
Este nuevo contexto, como nos propone Zafra, altera la manera que tenemos de aprehender la realidad, comenzando por la información que circula en la Red, pero trascendiendo los límites físicos que separa nuestra interacción en el entorno virtual y filtrándose en el mundo de las cosas. Los tres centímetros de marco (ver Img. 1) entre mi pantalla (cómo me relaciono con lo que ella me presenta) y mi esfera privada cada vez son más cortos; la organización del entorno está influenciado por las casas vistas en la pantalla, la distribución de los espacios responde a la lógica multitask de páginas abiertas, los dispositivos dispersos por la casa están conectados entre sí. Si en el s.XX el auge del cine generalizó hábitos como el consumo de tabaco y bebidas alcohólicas, estableció dinámicas sentimentales y modos de concebir el deseo, definió sentimientos generacionales o popularizó el contacto con otras culturas, lo que ocurre en las pantallas digitales permea más profundo. El cine representaba desde la ficción, lo que circula a día de hoy en Internet presenta lo imaginario como factible. Debido a la aceleración de los ritmos actuales y su consiguiente agotamiento que produce en los cuerpos, el carrusel de imágenes/información que reflejan nuestras pupilas, el criterio de aprobación se merma y nos conformamos con la apariencia creíble de las cosas. Mientras en las pantallas cinematográficas o en las hojas de la novela el flujo se produce por capilaridad: los espectadores/lectores asumen sus interpretaciones de la ficción; en las pantallas de nuestros ordenadores o teléfonos inteligentes la información nos electrocuta, sacudiéndonos intensa y instántaneamente sin darnos un tiempo de reacción para saber dónde termina lo real y comienza lo inventado.
Vilèm Flusser identifica esta realidad cuando la TV coloniza todas las casas de occidente sosteniendo que los términos “verdad” y “falsedad” pasan a designar límites inalcanzables. La distinción ontológica que deberá hacerse es aquella que se da entre lo más o menos probable. (…) Y cuanto menos probables sean (las imágenes), más informativas se mostrarán. (Flusser, 2015, pág.41).
Son las 17:45. Rebosa la pantalla. Suena el teléfono desde el ordenador.
Te llevaremos más allá de tu imaginación una vez más (Img. 4) es el eslogan utilizado por una compañía de teléfonos en 2017 para anunciar la salida al mercado del primer teléfono donde el marco de la pantalla se extingue. Hasta ese momento el límite de la pantalla era nuestro aliado, nos quedaban unos milímetros de imaginación sin expoliar, pero como bien indica en anuncio, se han apoderado de nuestra imaginación y la conducirán hacia donde deseen. La imaginación, la capacidad humana más poderosa está siendo desactivada por la metonimia que carga a la ficción del valor asociado históricamente a la verdad.
En un momento en donde los límites entre lo real y lo inventado confluyen debido a la pérdida de un margen que nos recuerde el cambio de realidad, la verdad y la ficción pasan a ser momentos de la información. Entender que la información nunca es inofensiva según hemos debatido más arriba es importante para comprender cuán determinante son los momentos de la información, especialmente si tomamos en consideración al aforismo de Josep Catalá: no hay verdad en las imágenes sino pensamiento visual. La imagen fluida de la era actual propone un tipo de pensamiento híbrido. (2021, pág.368).
En todas las épocas de la humanidad, los seres humanos nos hemos enfrentado a retos paradigmáticos originados por las novedades técnicas de cada momento. Ahora nos encontramos ante los albores de un nuevo paradigma y, lejos de caer en una polaridad entre tecnófobos y tecnodependientes, sería apropiado adoptar una postura integral. Tal posición depende de cómo se produce la asimilación de lo que se nos presenta como real y desde ahí dedicar un esfuerzo reflexivo al (1) contexto de la imagen o de la información que hemos recibido, (2) uso que se le da para conocer el valor que tiene en juego y el que decidimos darle, (3) momento de realidad en el que se encuentra.
Este procedimiento de confrontación de la información que circula por las pantallas encuentra una fuerte resistencia en la rapidez con la que se suceden los estímulos, bien sea por el flujo de contenido, pantallas emergentes, hipervínculos o consultas derivativas que acaban por romper el nexo con el asunto inicial.
Hemos dado tanta atención a las pantallas que se han vuelto caprichosas, demandantes; si no se les hace caso reclaman y exigen insistentemente nuestra atención (notificaciones, pop ups, recuerdos, sugerencias, recomendaciones, etc.). Es nuestra tarea delimitar su presencia en nuestra vida si queremos defender nuestro derecho a la experiencia, pero eso requiere tiempo, demora, reflexión y contemplación.
Son las 11:02. En la pantalla del ordenador aparece una llamada entrante. Teléfono móvil y ordenador se alían. Respondo.
…
¿Por dónde iba?
REFERENCIAS:
Català Domènech , J. M. (2021). La verdad de las imágenes. AdComunica, 22, 365-368. Flusser, Vilèm (2015) El universo de las imágenes técnicas. Elogio a la superficialidad. Buenos Aires: Caja Negra
Mirzoeff, Nicholar (2016) Cómo ver el mundo. Una nueva introducción a la cultura visual. Barcelona: Paidos.
Leiva, Cèlia (2021) La cibercondena a la memoria. En: Cocco, Francele (Ed.), Fotocalipsi. Especulacions sesnse futur sobre el present de les imatges. Granollers: Laboratori de Posfotografia.
Steyerl, Hito (2012) Los condenados de la pantalla. Buenos Aires: Caja negra.
Zafra, Remedios (2017) Redes y posverdad. En: Ibañez, Jordi y Arias Manuel (Ed.), En la era de la posverad. Madrid: Calambur.
1 A lo largo de la historia han sido muchos los estudios sobre el valor simbólico del marco como dispositivo que protegía la separación entre la realidad y el mundo imaginativo que abría la obra pictórica. Al tiempo que servía para dignificar y ennoblecer la ficción construida por el pintor.
2 Ya es común la presencia de teléfonos cuya pantalla es “infinita”, desdibujando el límite entre la realidad virtual y la realidad de las cosas materiales.
3 Uno de los usos que se dió a los primeros documentos fotográficos fue visibilizar y publicitar el poder de los patronos mostrando al mundo la fuerza de trabajo que ostentaban.