CONVERSACIÓN CON MARINA GONZALEZ GUERREIRO (MARIO ESPLIEGO)

MARIO ESPLIEGO – Antes de nada me gustaría agradecerte la disposición para conversar y darte las gracias por la generosidad para hablarnos de tu trabajo. Para empezar y situarnos un poco ¿Podrías hacernos una una breve presentación? Cuéntanos un poco acerca de ti: de donde vienes , donde te formaste..?
MARINA GONZALEZ GUERREIRO- Estudié Bellas Artes en Salamanca (2010-2014) y guardo muy buen recuerdo de aquellos años. Las naves de pintura fueron para mí un espacio de libertad, un lugar de convivencia siempre cambiante y en construcción. Después fui a Valencia para hacer el Máster en producción artística en la Universitat Politécnica de Valencia. Allí experimenté en otras disciplinas, y me fui acercando más a la escultura, desde una aproximación instalativa a diferentes medios. Ahora vivo y desarrollo mi práctica de vuelta en el Baixo Miño (Pontevedra).
Mi proceso creativo parte de la acumulación de materiales, convirtiendo el estudio en un espacio de ensayo, donde conviven objetos de las más diversas procedencias. Me interesa la subjetivación y resignificación de los objetos; pienso que en mi práctica se percibe un preciosismo construido a través de materiales precarios y usados, así como la búsqueda del equilibrio entre el orden y el desorden, el control y el azar.
Algunas de mis exposiciones más recientes son: Esta orilla es fruto (Galería Rosa Santos, 2023), Interestratos (Museo Oteiza, 2023), Buen Camino (La Casa Encendida, 2022), Given Time en Intersticio (Londres, UK, 2021) Una Promesa (Galería Rosa Santos, Valencia, 2020), LMXJVSD (Pols, Valencia, 2020), Work Hard, Dream Big (Internet Moon Gallery, 2019).

ME- Recuerdo que hace unos años, nos enviaste unos fanzines auto-producidos. Sorprendía mucho la factura: todo escrito a mano, con un tono quizá naif, pero sin duda todo un ejercicio de resistencia, pensemos que apenas nadie mandaba cartas ya, y en estas fechas la gran mayoría de las personas establecía comunicaciones por vías digitales. Al abrirlo y ver los fanzines, que eran muy pequeños y tenían toda una elaboración muy artesanal producía una gran sorpresa. Se desplegaban muchas imágenes, los collages y la composición de los fanzines tenían un aspecto de elaboración manual. Creo que por entonces nos llamó mucho la atención tu trabajo en ese sentido de la factura. En la mayoría de exposiciones de los últimos años, nos llama poderosamente la atención como estaba cobrando (de nuevo) una excesiva presencia el objeto, y más concretamente un tipo de objeto facturado con una ejecución muy limpia, casi quirúrgica, desposeída de toda labor manual o artesanal. Una cuestión que casi delata la deriva de los procesos de trabajo del propio hacer del artista, en favor de delegar la producción a sistemas más profesionalizados (escáner, pantógrafos digitales, corte láser, etc). Nos sorprendió la factura de aquellos paquetitos que nos parecieron tremendamente “artesanales” y absolutamente contemporáneo a la vez.

M. G – Sí, me acuerdo. A mí siempre me ha alegrado encontrar cartas en el buzón que no sean facturas o propaganda, así que me alegra mucho saber que os gustó recibirlo. De adolescente estaba metida en varios foros de club de fans y entre nosotras nos enviábamos cartas. Hoy en día sigo carteándome con algunas personas y ver algo en el buzón es algo que me da mucha alegría. Además, me encanta el proceso de hacer paquetes y enviarlos, así como preparar regalos en general.
En concreto aquel era un pequeño fanzine titulado “Paz, tolerancia, cariño, respeto”, en el que revisaba el imaginario simbólico con el me crié en el colegio H.H. Carmelitas. Recuerdo la revista “Gesto”, un referente para este fanzine que hice en 2016. Esa pequeña publicación fue una manera de dar forma a materiales que venía recopilando desde hacía un tiempo, imágenes encontradas en revistas y en internet, que aparecen junto a dibujos y documentación de esculturitas hechas por mí. Me sigue interesando mucho la autoedición, dar forma a ideas a través del formato fanzine/libro.

ME- En estas publicaciones aparecían algunas obras tuyas fotografiadas. Estaban realizadas con cera, fotocopias, telas, muñecos, plantas, agua, líquidos, fluídos, fuentes, envases, etc . Los materiales con los que trabajabas nos recordaban a esos momentos primigenios en los que un monumento toma forma. Esos momentos en los que el monumento no se ha catalizado como forma institucional y se materializa de forma natural tras el acontecimiento. Estoy pensando por ejemplo en “el monumento” que se generó espontáneamente en la estación de atocha tras los atentados, donde numerosas personas se acercaban a poner velas, papeles, recuerdos, fotografías, frases, flores, muñecos, etc. Materiales todos ellos que parecen estar vinculados con el aspecto memorial del monumento (pienso por ejemplo en los trabajos de T. Hirschhorn) y no tanto con su aspiración estatuaria, de duración y permanencia. ¿Son estas cuestiones puntos de interés a la hora de elegir los materiales que componen tu trabajo?

M.G – Sí, me fijo en ese tipo de construcciones espontáneas y me fascinan. Ese tipo de acumulaciones que se dan en los cementerios, en las vitrinas, en las romerías, los memoriales… Son siempre monumentos frágiles que no están hechos para durar, que parar durar han de ser cuidados y mantenidos, y que nacen de la acumulación de gestos. No hay un diseño previo, sino que se construyen a partir de una acumulación no reglada ni orquestada, y sin embargo dan lugar a una composición común llena de detalles, donde siempre hay un rincón abierto a nuevos añadidos. Los elementos no se anulan entre sí, sino que suman y componen microhistorias fragmentadas. Nadie mueve ni retoca lo del otro, solamente suma. En ese sentido, las fiestas populares me parecen todo un acto de derroche. En esos momentos se yuxtaponen y conviven multitud de iconografías. En otros lugares como los álbumes y vitrinas, la medio huerta-medio jardín de mi hermana o la casa de mis padres también he ido viendo rincones construidos a lo largo del tiempo, y es ahí donde yo encuentro la relación entre arte, vida y arquitectura.

Hay un relato muy bonito de Peter Weiss, en su libro Informes que cuenta la historia del cartero Ferdidand Cheval, que pasó gran parte de su vida construyendo su casa soñada. Comparto un breve fragmento del inicio del texto:

“La masa indeterminable, a primera vista informe, allá abajo en el jardín situado en la pendiente. Una torreante termitera, que parece hecha de limo de secreciones. Piedras, conchas, raíces, musgos. Recubierto de arcilla gris, amasada, henchida, y por todas partes la sensación de que la mano juntó esas migajas que parecen humedecidas con saliva. Primero vemos el todo, esa conformación confusa, y poco a poco vamos adivinando el orden oculto que guió los movimientos de la mano. La mirada tantea el enredo de las formas, descubre rostros, figuras, miembros, animales, pero al principio sólo a modo de insinuaciones. La masa básica del sueño. El primer encuentro. Aquí surge algo. Un mundo de pensamientos. Un susurro, un soliloquio con voz de ensueño. Palabras. Palabras de sueño, grabadas en lo fluido. Palabras apenas inteligibles, despedazadas, deshilachadas. La realidad de una persona captada en su formación. Sueño. Partiendo de impulsos, de pensamientos, levanto formas. Todo imbricado, enredado, sobrecargado con impresiones del mundo diurno. Imágenes robadas a cadáveres de viejos periódicos, sacadas de la arquitectura oriental, de templos indios y balineses, de esculturas precolombinas, de la jungla africana. Pero esas imágenes se desvanecen ya, solo queda el instinto constructor en el interior de mi sueño, solo queda el instinto de adornar de fundir.”

Crees que existe un eco en tu trabajo de esta pulsión constructiva que nos habla Weiss que tienen por ejemplo el cartero Cheval u otros artistas outsider?

Hace un tiempo estuve ojeando un libro muy interesante que menciona ese y otros tantos casos de autoconstrucciones de lo que se ha dado en llamar arte outsider (Escultecturas margivagantes: La arquitectura fantástica en España, coord. Juan Antonio Ramírez, Siruela, Madrid, 2006). Pienso que a veces hay un espíritu megalómano detrás de emprender una hazaña que supera la capacidad de una sola persona.
Mientras el arquitecto profesional construye desde el plano, estos constructores trabajan a escala 1:1, en el ir haciendo, ir construyendo con un gesto detrás de otro, con una firme encomienda una tarea: crear un mundo que desafía el restrictivo código técnico. Ese compromiso firme con el hacer construye una rutina, un trabajo, un deber; transforma el día a día.
Me interesa esa encomienda alegre a una tarea. Pero he de matizar que sólo me interesa una práctica artística que enriquezca la vida, me alejo de toda concepción del arte como sacrificio. Por otra parte, pienso que hay que romantizar menos lo outsider, la locura, el genio. A menudo, muchos de estos personajes se vuelven gruñones y bastante odiosos para su entorno cercano por su terquedad y obstinación. Me siento lejana de eso en muchos sentidos.
Además, yo no soy outsider, y si alguna megalomanía me excede tengo voluntad de pedir ayuda, contar con otras personas. Sí que tengo esa pulsión constructiva, de habitar, de adornar el espacio propio. Me interesan la arquitectura y los jardines. El año pasado comencé la construcción de una mesa de merendero junto a Fernando Hinze Santos en un terreno de difícil acceso, mediante encofrado. Trabajar en esas condiciones te hace ser consciente del peso de los materiales y tener el cuenta el tiempo meteorológico. Hace poco terminé la verja para un cierre de una huerta. Me gusta hacer estos trabajos específicos para lugares concretos, que tienen vocación de permanecer. En esa línea también tengo ganas de fijar azulejos en exterior, de usarlos para la construcción de pequeños rincones o, si se diese la oportunidad, un patio.

ME- En muchos de las propuestas habita un cierto desorden, pese a que tienen una armonía interna, ¿Qué puedes contarnos acerca de esta cuestión?

M.G. Para mí esa búsqueda de equilibrio entre orden y desorden es muy importante. Me interesa ese punto, esa tensión. Pienso que en general en nuestra sociedad hay poca tolerancia al desorden. A menudo veo una violencia silenciosa en el exceso de limpieza y la imposición de un orden concreto, la brutalidad de los pequeños gestos y la pulsión de la limpieza general. Me interesa también la gradación que va desde lo limpio a lo sucio, ¿Cuándo se empieza a considerar que algo está sucio?¿Qué descartamos?¿Cuánto estamos dispuestos a podar?
Donde hay vida hay desorden, hay conflicto. Donde no hay conflicto ni desorden, algo pasa, hay que ser prudentes y temerosos de los lugares demasiado perfectos, demasiado acabados, demasiado felices.
A veces, tras una celebración, da pena recoger los restos de la sobremesa. Los platos, las manchas del mantel, un poco del postre y dos uvas quietas sobre un cuenco mojado son testigos de que sucedió la vida.
ME- Hay un interesante pasaje de Ursula k Le Guin en el que habla de la acción coleccionista. Pone como ejemplo a la vizcacha, un pequeño roedor que excava madrigueras en la Patagonia y que citando a Darwin nos cuenta que tiene una costumbre muy singular, como es la de llevar a la entrada de su madriguera todo tipo de objetos que encuentra. Lo curioso de este ejemplo es que Le Guin cuenta que la vizcacha, a diferencia de las ratas cambalacheras, las urracas y los cuervos éstos últimos escogen objetos notables por su brillo o su forma, mientras que la vizcacha parece que hace una recopilación indiscriminada, o en todo caso subjetiva. En tus trabajos parece que existe ese afán coleccionista y acumulador. Elementos metálicos y brillantes como Monedas, materiales metálicos, medallas, trofeos, pendientes, colgantes… pero también hay un cúmulo de imágenes, de post it, de cadenetas de papel, de aviones de cartón, de plantas y flores, chinchetas, fotografías personales, luces de colores, …. Hay una imagen en tu web en la que aparece lo que intuyo que es tu habitación propia, podríamos pensarla casi como una especie de “madriguera”. ¿Qué piensas acerca de este afán/proceso coleccionista/acumulador?

M.G.G. – Qué bonito lo que cuentas de la vizcacha, un amigo me dice urraca. Sí que tengo mucho de recolectora, me gusta pasear y siempre vuelvo a casa con algo en el bolsillo. Durante unos años hacía también mucha compra menuda, picaba en los artículos de 0,60 de los bazares chinos y kioskos. El proceso de encuentro de los materiales muchas veces tiene algo de fortuito, pero también acumulo residuos generados en casa que después bajan al taller, objetos con valor sentimental que guardo,… Mi familia y amigos suelen regalarme también cosas porque saben que me gusta guardar, revisar, buscarle el uso y el lugar a las cosas. Tengo fases de ordenar y recoger, y fases de deshacerme o regalar.

Mi padre (Bernardo González Durán) durante varios años tuvo una tienda de antigüedades/velharias y conoce el mercado del vaciado de casas. En el hogar familiar siempre ha habido mucho movimiento de objetos, y encuentro fascinante conocer el mundo a través de objetos usados o acumulados por otras personas. Tras la muerte de sus propietarios, las cosas pierden su orden y se mezclan agolpadas en cajas o bolsas de basura. Hace un par de veranos disfruté mucho organizando todo ese material. Recuerdo abrir bolsas donde había de todo mezclado: desde un tenedor a una veleta o un billete de tren. Esa labor taxonómica o de búsqueda de orden me interesa mucho. ¿Cómo se ordena lo que no se puede ordenar? ¿Cómo limpiamos lo que no se puede limpiar?

Sobre la habitación que comentas, fue un proceso que finalmente documenté en 360º para mostrar en Internet Moon Gallery, comisariada por Manuel Minch, donde además linkeamos muchos materiales audiovisuales adicionales que fueron generados durante el tiempo que viví en aquel cuarto. La fui construyendo durante un año que compartía piso con Brais Crespo Orge, Iñaki Rodrigo Vera y Raúl Lorenzo Pérez en la calle Mistral en Valencia.
Aquel año era autónoma, trabajaba desde casa muy precariamente y todavía no diferenciaba bien los espacios para trabajo, descanso,… Para poder mantener un ritmo de trabajo adecuado y evitar el estrés que había sufrido en otras ocasiones -muy común en trabajos telemáticos como el que tenía, por aquel entonces yo editaba vídeos de bodas-, comencé a respetar las pausas de quince minutos que los expertos recomiendan hacer cada dos horas cuando una tiene que estar plantada durante demasiado tiempo delante del ordenador. Estos pequeños descansos los dedicaba a actividades manuales mecánicas que me resultaban relajantes, retomando así aficiones como la costura o el dibujo. Esos pasatiempos, en un principio condenados a unos pocos minutos, fueron invadiendo el tiempo productivo, aquel que en un principio solamente trataban de oxigenar. La decoración, la necesidad de habitar un espacio propio y vivo, fue el motor de aquellos momentos. Viéndolo en retrospectiva, me parece que mostré aquel lugar de forma algo exhibicionista. Ahora no me apetece mostrarme de esa manera y encuentro problemas en lo autobiográfico, que ya entonces me conflictuaba. Me sigue interesando cómo las personas construimos y decoramos los espacios que habitamos y, en concreto, la habitación como lugar de expresión.

M.E.- Sobre el estrés que comentabas antes, ¿crees que hay también algo catártico en tus procesos de trabajo?

M.G.G.- El estrés como tema y problema contemporáneo sobre el que reflexionar, que viene acompañado de un gran mercado de terapias para mitigarlo, me pareció un tema clave del que quería hablar hace unos años, con toda aquella ola de mensajes positivos que se volvieron realmente populares. Hoy como sociedad considero que se está comenzando a hacer una revisión de todo aquello que a mí me parece muy necesaria. Hace tiempo que ya no me siento tan vinculada con eso, pero en mis primeros trabajos era un preocupación central.
A veces busco el ensimismamiento a través de acciones placenteras y repetitivas, como ocurre por lo general en cualquier manualidad u otras prácticas consideradas menores. También me he acercado al dibujo con la intención de volver al marco, de tener límites muy claros: el propio papel y un bolígrafo, eso me permite enfocar la atención. Hay momentos más expansivos, y momentos de retraimiento. El placer de la regla, de lo que encaja, o el placer de ver algo derretirse, fundirse.
Pero también accidentes, momentos decisivos, alguna mañana ajetreada: cuando hacemos lo urgente, el tiempo se vuelve diferente. Pienso que en el proceso creativo es todo un aprendizaje navegar esos ritmos: sostener y modular el entusiasmo, escucharse y ver qué es lo que a uno le va bien o le apetece. Para mí lo catártico tiene que ver con dejar que el estrés deje de ser mitigado y se convierta en acción.

ME- En tu trabajo se observa un alto grado de experimentación, de tiempos y procesos, es algo que forma parte inherente de tu práctica?

MG- Creo que es importante escucharse y atender a qué tipo de material a uno le apetece, ya que esto condicionará mucho el proceso. Pienso que cada material te da un ritmo. En la cerámica, por ejemplo, eso se ve muy claramente, ya que hay que respetar los tempos de secado, las cocciones,… el momento de la última hornada también cierra un ciclo y a menudo el horno se convierte entonces en lugar de encuentro con otras personas. La piedra es resistente, cuesta manipularla, es dura pero frágil si sabes dar en el lugar adecuado. El agua es cambiante. La madera ha de encajar. Pintar lo asocio al placer y a la observación, la escultura a mover y a construir.
A veces voy al taller con una pulsión más constructiva, otras con ganas de limpiar, de ordenar, otras de estar sentada y hacer algo ensimismado y pequeño, otras de fundir, de mezclar…Paseo, recojo pequeños hallazgos, vuelvo, limpio, el agua se ensucia. Algo se cae, recojo los trozos. Lo pego, lo vuelvo a romper. Una vela se funde, juego con la cera. Está caliente, quema, es pegajoso. Se produce una acumulación de gestos y huellas, de movimientos, donde una acción va detrás de la otra.
He experimentado bastante con el plástico, material con el que creo que he alcanzado cierto virtuosismo en su manipulación: grabo en él, lo moldeo, lo quemo, lo agujereo, lo corto, lo pego,… Lo mismo me ocurre con la cera, de ella me interesan sus diferentes estados, de líquido a lo sólido.
Trabajo de una forma muy plástica, poco cerrada de antemano, con pocas certezas. A veces dejo decisiones para el montaje, termino las piezas en sala… Esta manera de relacionarme con la obra me requiere ser capaz de sostener la incertidumbre y tener paciencia. A menudo trabajo desde lo pequeño a lo grande, por lo que tardo en ver resultados, pero poco a poco todo va tomando forma.
M.E.- ¿Qué relación mantienes con tu taller?

M.G.G. – Para mí el taller es un campo de ensayo donde los objetos conviven. Me gusta pensar el taller como un lugar de posibilidad, de juego, donde los objetos pierden su uso, su funcionalidad, para generar otras formas posibles. Un lugar donde dar forma al pensamiento a través del encuentro con los objetos y el trabajo con las manos, un lugar siempre en construcción, siempre vivo.

El propio espacio da la sensación a veces de que casi trabaja por sí mismo, con un tiempo propio, cosas que llegan a él, que se acumulan, que están allí esperando, que se pierden, reaparecen y buscan su lugar. Un lugar con sus muros y sus límites, como quien dibuja un cuadrado en el suelo para entrar en él. Un hortus conclusus, un lugar a parte con sus reglas y sus propias leyes, sus accidentes y dinámicas internas que posibilitan el juego y el ensayo. Un lugar donde reconfigurar, buscar otros órdenes, dar sentido, y procurar volver al afuera más vivo. Al mismo tiempo, me interesan cada vez más los vasos comunicantes que puede tener el taller con otros espacios y lugares, como la casa, en ambos lugares siento que estoy ordenando y desordenando todo el rato.

Una acción te lleva a otra, y si consigues entrar en ese juego, pasan cosas. Disponer del tiempo y tener la mirada atenta para apreciar las pequeñas sorpresas que traen los días: estar disponible.

M.E- Hay una pieza donde esa acumulación toma un cuerpo muy concreto. Un cúmulo de imágenes de tatuajes que imprimes en una tela y que posteriormente coses. Intuyo en esta pieza una suma, una yuxtaposición, de formato patchwork de elementos que inicialmente suelen ser elementos identitarios (tatuajes, frases representativas, con sus representativas estéticas concretas…) que aparecen en esta obra amalgamados creando una especie de detritus que hace que se aglutinen esa suerte de diferencias.

M.G.G. – Ese tapiz fue una cortina y luego una colcha, ahora está enrollado. Está hecho con transferencias adheridas mediante plancha a una tela sintética. Fue un proceso largo de pacthwork. En ella aparecen cosidas entre sí muchas pieles en las que hay tatuadas frases motivadoras, repetidas hasta la saciedad. Recopilé muchas imágenes de fragmentos de cuerpos sobre los que se repetían frases como “Follow your dreams”, “Stay strong” o “You are enough”. La fui cosiendo a mano a lo largo de casi un año y fue creciendo hasta ocupar todo el salón del piso en el que vivía por aquel entonces.

M.E- ¿Hay en tu trabajo una especie de toma de posición a la hora de esquivar interesadamente sobre todo los materiales asociados tradicionalmente con el estatus del arte, o los procesos que se asumen como propios del arte?

M.G – Hay materiales considerados nobles y materiales que no lo son. Mi abuela Lola (Dolores Álvarez Gándara) dice que le da igual “si es lata o oro”.

La precariedad material, el hacer las cosas como uno puede, frente a la profesionalidad y el buen hacer es el territorio en el que he ido desarrollándome y madurando. No me interesan tanto los procesos muy controlados y externalizados para generar piezas que involucran técnicas complejas, en busca de los buenos acabados. El error, la sorpresa, el misterio por lo que un proceso generará… para mí son elementos que me alimentan a querer hacer. Partiendo más que de un plan, de hacer recuento de lo que tienes, de partir de la base, de la materia, de lo que abunda o escasea, pero al fin y al cabo, de lo que está disponible.
Procuro huir del ambiente frío y distante que a veces genera el arte a su alrededor. A menudo me pregunto dónde está la diferencia entre una manualidad y un objeto que goza del status de arte. Me he preguntado mucho por el rol que ahora mismo empiezo a ocupar, el de artista profesional, que me genera cierta incomodidad, todavía estoy pensando en ese papel.

ME- La cuestión del tiempo y de la permanencia parece un vector fundamental en tu trabajo, aparecen numerosos materiales fluidos, líquido, pastoso…
M.G.G.- Presto mucha atención al tiempo, me cuestiono mucho cómo ubicarse en él, la posibilidad de dejar de medirlo, cómo evadirlo, cómo condensarlo, cómo alterarlo… a menudo pienso que en el taller lo que busco es un tiempo propio. En cuanto a las piezas, me gusta que se vea en ellas una especie de tiempo condensado, que el tiempo se haga presente a través de la acumulación de gestos. Los objetos usados heredan también ya un tiempo que les precede antes de llegar al estudio.
Es cierto que en los últimos años el agua aparece a menudo como material en los trabajos que vengo haciendo y suele encharcar o fluir por el resto de materiales (cubos, maquetas, telas, plásticos). Me interesa mucho como material: su capacidad de limpiar y de ensuciarse, de evaporarse, de dejar rastro. También cómo genera capas de transparencia: desde la nitidez de los objetos en flotación, hasta los residuos en el fondo de los recipientes. Muchas de estas piezas para su mantenimiento han de ser regadas, cuidadas como un jardín: dejo que avancen, que muten, pero siempre cuidándolas, observando sus cambios. El agua como material también me ha sido muy útil narrativamente para tocar cuestiones que me interesan mucho como la higiene, los ritos de purificación, el lavado, la tensión entre lo limpio y lo sucio.

Últimamente estoy acercándome a materiales considerados más nobles, que permanecen, quizás más vinculados a la historia del arte, como la piedra. De ella me interesa su solidez y estabilidad, su peso y su resistencia a la manipulación.

M.E- En 2022 pudimos ver una instalación de gran formato, que tuvo lugar en La casa Encendida bajo el título “Buen Camino”. En ella transitabas una preocupación acerca del tiempo y tránsito del propio camino, con el puente con signo fuerte en la instalación. Mantenías también una preocupación constante por la fragilidad, tanto en los materiales como en los formatos de la exposición. Cuéntanos un poco acerca de este proyecto tan amplio.

La propuesta de llevar a cabo la exposición Buen Camino (La Casa Encendida, Madrid, 2022) me coincidió a nivel vital con mi vuelta a la casa familiar en Galicia. Ha sido quizás mi proyecto más grande en cuanto a dimensiones espaciales y visibilidad. Comenzar a trabajar en una exposición es detonante de muchas cosas: desde la recopilación de materiales hasta el montaje, es una aventura en el que una se mete pero no sabe cómo va a resultar hasta que todo acaba. Hay por tanto, incluso para mí, que soy quien hace las piezas, cierto misterio y mucha curiosidad por saber cómo acabarán siendo.
La exposición daba forma a una pregunta que llevaba rondando mi cabeza desde hacía algo más de un año: ¿Cómo construir un puente?. La elección del puente como elemento unificador y conductor de toda la exposición tiene que ver para mí con un deseo de unión, de salir de uno mismo, de crear caminos de ida y vuelta, de transitar, de sobrevolar la incertidumbre.
Al entrar en la sala había una estantería repleta de pequeñas maquetas hechas con materiales encontrados y reciclados. Este mueble hace una especie de pirueta espacio-temporal, ya que es una copia de un mueble de la casa familiar. Del espacio imaginario de la maqueta, del boceto, hay un salto de escala a un puente colgante en un formato mayor. Estas piezas se acompañan también con dibujos sobre azulejo donde aparecen puentes entre otros motivos. La labor de construcción de un puente articulaba toda la exposición, que estaba llena de detalles y conexiones entre las diferentes piezas.
Haber preparado esta exposición de vuelta en el Baixo Miño marcó mucho los materiales elegidos, algunos de ellos encontrados por la zona (como las cuerdas de amarre de barco que forman el puente colgante). Fue una bonita forma de acercarme de nuevo a mi entorno, a través de las pequeñas aventuras que supuso cada pieza y la ayuda que necesité. La propia elaboración de la exposición fue un camino de regreso, para llegar de alguna manera a otro lugar.
Durante la preparación de la exposición, escribí este breve texto, en forma de poema:

Puente

Un puente une un lado y otro lado.
tiende un camino desde uno hacia otro,
Es vital poder tomar puentes,
cruzar para salir de uno e ir hacia

Dos orillas y algo que las una.
Dos lados cercanos, dos lados lejanos.

Una comba podría ser un puente
cuando hay dos días festivos separados por un hueco y se unen es un puente,
cuando cruzas un puente algo cambia.
El puente de Rande.
un túnel también podría ser un puente,
una barca también podría ser un puente.

Bajo el puente se encuentra el abismo.
Los pilares abren las aguas, soportan el peso.
En los billetes hay puentes, tirarse de un puente, vivir debajo de un puente.

M.E- Uno de los materiales que forman parte de esta instalación, son los Chuchameles, unas flores que nacen en los bordes de los caminos y que son signo de buen augurio. Este material que nace en los márgenes y que tu sitúas en un plano central de la instalación, ¿revisita de nuevo esa idea de valorar aquello que esta en los márgenes, aquello que se encuentra fuera de campo?

MG- Esas flores son muy comunes aquí. Es una especie de campanilla silvestre amarilla muy graciosa, son muy fuertes y nacen solas. La flora silvestre no da grandes frutos, pero es exuberante igualmente. Los chuchameles aparecen a menudo a los lados de los caminos o en las cunetas, me sorprende la fertilidad de esos espacios. Para mí el margen tiene que ver con el resto, lo que sobra, lo que rebosa, lo que se queda tirado.
Cada vez presto más atención a los dibujos al margen, las anotaciones y gráficos hechos solamente con el fin de entenderse, los dibujos explicativos, las notas que uno no recuerda haber tomado, un subrayado que te extraña y con el que en algún momento conectaste.
También cuando pienso en el margen, pienso en todos esos intereses cultivados durante el tiempo por personas ajenas al sistema arte que van haciendo archivo, coleccionistas con sus relatos. También pienso en todas esas prácticas que tienen que ver con las manualidades y todo el trabajo y creatividad tras una tarta de cumpleaños, el carnaval o la navidad. Pienso que el trabajo del artista hoy es también recopilar voces y ayudar a dar voz, forma y valor. ¿Dónde y con qué actitud ponemos nuestra mirada?

M.E- La idea del tránsito también estaba presente en tus trabajos presentados en la galería Chertlüdde, en este caso a través de puertas de nevera. Las puertas de la nevera como ese lugar en el que se genera una constelación de recuerdos o de imaginario. Cuéntanos un poco acerca de estas piezas.

M.G.G.- La exposición se titulaba “Tras un delirio escapista hay un día a día que sostener”. En la sala había varias puertas de nevera decoradas, que rodeaban a un mueblecillo de plástico que recuerda a un secreter. Algunos de estos imanes, así como los objetos inundados en los recipientes del mueble, hacían referencia al viaje, a la salida, a la huida: aviones, barcas, pájaros.
Me interesa mucho cómo la puerta de la nevera funciona en muchas casas como un lienzo donde poco a poco se va construyendo una constelación de imanes, papelillos, recuerdos, listas, fotos, dibujos, calendarios. Si uno comparte hogar esa puerta a ninguna parte se construye entre varias personas. Me parece un soporte abierto, inacabado y vivo. Un espacio donde gota a gota, con el tiempo se van sumando elementos, siempre cambiante.

M.E.- Las composiciones de azulejo de tus ultimas instalaciones, hechas con pequeñas piezas están decoradas muchas de ellas con arboles frutales, signos, gestos, diagramas, etc. Hay también una cuestión celebrativa en ellos?

M.G.G.-En estas composiciones de dibujo sobre azulejo, cada pieza, cada cuadradito, forma parte de un puzzle que se mueve y crece. Cada fragmento es una pieza móvil que se fija junto a otras en un determinado momento: como piezas de un pasatiempo, de un crucigrama, de un juego que se arma y se desarma en busca de un nuevo orden. Para mí funcionan como un diario, como una búsqueda de un glosario de signos. En ellos hay varios tipos de dibujos:

En algunos de ellos hago el ejercicio de intentar dibujar a partir de recuerdos, una vez al mes me siento a dibujar algunos momentos o detalles de ese tiempo. Por eso detrás de muchos de ellos hay una historia, me interesa mucho esa potencialidad narrativa que tiene un objeto.

Otros son breves apuntes del natural, ejercicios de dibujo del natural. Es cierto que en muchos de ellos hay árboles cargados de fruta: fruta cayendo, fruta en el suelo. Aquí en mi taller hay varios árboles frutales y a veces están tan rebosantes, o ves detalles tan bonitos que apetece dibujarlos. En general, en esta zona (el Baixo Miño), la tierra húmeda genera tal exceso, nace tanta fruta que no siempre se recoge, es habitual verla caer al suelo y pudrirse. Un acto de despilfarro, como cuando el arroz se le tira a los novios al casarse: derroche, celebración, alegría, exceso.

M.E- Hemos podido leer los textos acerca de tu trabajo que escribe de forma habitual Paula Noya de Blas, con un lenguaje habitualmente muy plástico, y que consideramos que es también una parte fundamental, casi en una simbiosis ideal con tu propuesta ¿Cómo es la relación de ver traducido a palabras lo que tu elaboras mediante el proceso plástico?

M.G.G.- Paula escribió los textos para “Tras un delirio escapista hay un día a día que sostener” Una promesa (Galería Rosa santos, Valencia, 2020), (Chertluede, Berlín 2021), Verano (Taca, mallorca, 2022) y Esta orilla es fruto (Galería Rosa santos, Madrid, 2023). Para mí ha sido muy importante esta conversación con ella, pienso que su sensibilidad a la hora de escribir tiene que ver con algo más que querer hablar de las piezas: ver qué detonan, prestar atención a su capacidad literaria y de despertar recuerdos. Paula deja que las piezas le lleven a otros lugares fuera de ellas, mezclándolas con su propio imaginario vital y sus experiencias, pero también con un gran bagaje de historia del arte, el gusto por la mitología y la fascinación por las reliquias. Pienso que aporta una mirada personal, crítica, comprometida con el presente y con la historia de los objetos de valor heredados.

M.E.- Que puedes contarnos de tus últimos proyectos y tus intereses mas recientes?

Ahora mismo estoy poniendo algo de orden y recolocando cosas en el taller. De ese limpiar y colocar siempre hay algún hallazgo. Más que una rutina de trabajo constante, estoy dibujando cuando me apetece. La necesidad de límites que me ha llevado de vuelta al marco del papel, un circuito cerrado.

Sigo dibujando y pintando en pequeño formato del natural y de memoria, con vistas a que esos fragmentos se vayan asociando y generando retablos o piezas compuestas. Me interesa el ejercicio de observación del natural, el bodegón y la relación con lo representado. Los ejercicios del natural fomentan una concentración muy específica, buscan cartografiar un determinado momento, quizás para tratar de comprenderlo. Al dibujar un arroyo en movimiento por ejemplo, se posa sobre él una mirada subjetiva que trata comprender las corrientes sin varas de medir, el dibujo es testigo de ese tiempo y esa mirada. Me parece un ejercicio muy valioso, guardo muy buenos recuerdos del aula de paisaje ahí en Salamanca, dibujando a través de las ventanas con Carralero. Por otra parte continúo dibujando también de memoria, me interesa el ejercicio de recomponer una escena de la que hay solo fragmentos de información, ya que lo que cada uno recordamos de un momento es diferente.
La práctica artística la asocio ahora al tiempo libre, ya que en lo que me estoy enfocando es en terminar la tesis doctoral. Llevo años matriculada en el doctorado y ahora estoy en fase de escritura. Aprender a relacionarme con la escritura está siendo un reto bonito, también aprender a ser tolerante con mis lecturas fragmentadas e incompletas. Esta relación con la academia me ha llevado a interesarme por las metodologías docentes. Pienso que si hay algo que aprender de la práctica artística, es el desarrollo vital a través del ejercicio de una práctica, un camino, una forma de escucharse y de relacionarse con las cosas, con nuestro entorno. Me interesa la educación y el acompañar procesos creativos de otras personas.

Estar con la escritura me está haciendo revisar mi archivo gráfico y fotográfico e interesarme cada vez más en el soporte libro. Poco a poco, estoy trabajando junto a Fernando Hinze y mi hermana Carmen González para dar forma a un pequeño proyecto editorial, espero que funcione para atraer visitas de compañeros que tengan ganas de sacar alguna pequeña publicación adelante. Con esa intención de generar un punto de encuentro también hemos instalado un horno de cerámica.
Junto a Fernando, que estudió arquitectura, estoy metida también en pequeños proyectos de construcción. Lo último que hemos hecho ha sido una mesa de merendero en cemento en un lugar de difícil acceso, te hablé de ella en una pregunta anterior. Como te comentaba, también tengo ganas de fijar azulejos en exterior, con la intención de que se integren en una arquitectura.

Siempre que puedo estoy arreglando algún mueble o haciendo algún invento para casa, ahora mismo estoy pintando una cómoda y en busca de unos pomos para ella, también tengo a medias la cortina para mi habitación. Con la vuelta aquí, lo cierto es que estoy mucho con la familia. Mi hermana y yo estamos empezando a organizar y vender algunas de las cosas de segunda mano de mi padre en mercadillos de velharias en Portugal. A menudo estamos cargando y descargando cosas, recolocando y descomponiendo para rehacer. También explorando el Baixo Miño y el Morrazo, alternando trabajos temporales, procurando involucrarnos en las historias y en las pequeñas batallas.

M.E.- No conozco la zona del Baixo Miño y el Morrrazo, pero desde luego leyéndote dan muchas ganas de acercarse a conocerlo. Me resulta muy interesante lo que hablabas de esa idea del exceso y el derroche, muy diferente a la idea de esto mismo que se tiene en los grandes centros urbanos y su relación con el capital. La naturaleza y el tiempo, para los que vivimos fuera de éstas, se materializan y se estiran de una forma muy particular. Comparto esa mirada lenta hacia nuestro entorno mas cercano y ese espíritu con un trasfondo utópico de transformación y enriquecimiento.

M.G.G.- Ahora ya estoy acostumbrada, pero sí que sigo teniendo la sensación de que el tiempo aquí rinde más, al haber menos estímulos y las distancias ser más cortas, los días se me hacen más largos. En general, también tengo la sensación de que las personas tienen más tiempo y están más disponibles. Me gusta este ritmo. Al no haber tantas opciones de ocio asociadas al consumo o a los eventos culturales, muchos buscan otras formas de entretenerse y creo que eso es un terreno fértil.

Yo vivo en un pueblo grande, de casi 10000 habitantes. Igualmente las caras te suenan, la gente se conoce, hay rencillas entre las familias, escuchas críticas muy duras, se juzgan mucho las apariencias y los gestos. A veces pesa ser testigo de la crueldad, la soledad, la exclusión, la vergüenza, la frustración… como en tantos otros sitios. Pienso que no hay que idealizar la vida en el pueblo, y entiendo que la sensación de invisibilidad que puedes encontrar en la ciudad puede ser muy liberadora.

De momento sigo teniendo la sensación de estar explorando, y me interesa lo que pasa en aquellos lugares que “no importan”, donde no está el foco.

M.E.- Muchísimas gracias Marina, ha sido un placer la conversación que hemos mantenido, estirada en el tiempo. Te mando mucho ánimo con la tesis doctoral, que de buen seguro es un tiempo de digestión muy productivo y con el proyecto editorial que nos mencionas que estamos deseando de ver pronto.

M.G.G.-¡Gracias a ti! ¡Un abrazo!

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*Esta conversación es el resultado de un diálogo entre Marina González Guerreiro y Mario Espliego, dilatada en el tiempo desde inicios de 2020 hasta noviembre de 2023.


MARINA GONZALEZ GUERREIRO (Baixo Miño, Pontevedra) : Licenciada en Bellas Artes en Salamanca (2010-2014)  y Máster en producción artística en la Universitat Politécnica de Valencia. 
Recientemente ha realizado las exposiciones: Esta orilla es fruto (Galería Rosa Santos, 2023), Interestratos (Museo Oteiza, 2023), Buen Camino (La Casa Encendida, 2022), Given Time en Intersticio (Londres, UK, 2021) Una Promesa (Galería Rosa Santos, Valencia, 2020), LMXJVSD (Pols, Valencia, 2020), Work Hard, Dream Big (Internet Moon Gallery, 2019).

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